"Salí a trabajar como cualquier otro día. Acababa de preparar una orden que me había pedido un cliente. Oigo una explosión, volteo, veo que viene algo oscuro, siento el golpe y pienso que es una piedra; intentaba con mi mano sacármela", afirmó al periódico mexicano Debate. No era una piedra, era un explosivo.
"Cuando caí al suelo, mi compañero me ayudó y me trasladaron al Hospital General de Culiacán. Siempre estuve consciente".
Los médicos que le dieron los primeros auxilios se dieron cuenta de que el objeto era explosivo. Se negaban a operarla por temor a que el artefacto, un trozo de ojiva lanzada desde un lanzagranadas, explotara.
Karla esperó más de ocho horas hasta que llegó personal del Ejército especialista en explosivos.
"Mis pensamientos eran mis hijos y mi familia. Yo me sentí tranquila y nunca me permití pensar 'me voy a morir'".
La operaron y sobrevivió. Pero un día la venda que cubría su rostro cayó por accidente y vio la cicatriz. No entiende quién lanzó la granada ni por qué le tocó. No podía hablar los primeros días.
Apenas tuvo fuerzas para tomar un trozo de papel y anotar: "Solamente Dios sabe por qué yo".
Pasó una larga temporada en el hospital y requiere de dos cirugías más. Sin seguridad social y con escasos ingresos, su familia apenas ha podido solventar los gastos.
"A veces no tengo ni para el doctor", aseguró al diario mexicano.
Sinaloa, el Estado donde vive Karla Flores, es uno de los más peligrosos del país. Este lunes murieron asesinadas cinco personas.
Karla sabe que es afortunada. "Hay mucha violencia. Ojalá las autoridades pongan más de su parte para resolver esta situación; como fui yo pudo haber sido otra persona".
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