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miércoles, 26 de octubre de 2011

Un viejo teléfono, la pesadilla de La Russa

El Salón de la Fama del Béisbol es muy vigilante a la hora de seleccionar artefactos e indumentarias para sus exhibiciones en Cooperstown.


Seguramente el bate de Albert Pujols de la histórica noche en la que bateó tres jonrones debe estar fijo en la lista de los curadores.

Quizás deban pedirle a los Rangers de Texas que cedan el teléfono del bullpen del equipo visitante en el Ballpark de Arlington. El teléfono de línea terrestre con el que Tony La Russa básicamente le costó a los Cardenales de San Luis el quinto juego de la Serie Mundial.

Ironías aparte, el fiasco del teléfono exhibió que el manager activo con más victorias no es infalible. También evidenció que el béisbol no debe depender tanto de una tecnología tan antigua para comunicar con precisión la estrategia para el uso de los relevistas en los últimos innings.

Lo ocurrido dejó a todos perplejos, incluyendo a los propios jugadores de los Cardenales.

Cuando empezó la Serie Mundial, al analizarse el emparejamiento de fuerzas de los dos equipos, La Russa le ganaba por calle a su colega Ron Washington en cuanto a su genio para tomar las decisiones correctas.

Hasta ahora, sin embargo, el duelo se ha inclinado desigualmente a favor de Washington, un manager más reconocido por su histrionismo.

La Russa ha metido mucho la pata, algo inconcebible para alguien cuya exaltación al Salón de la Fama se de por descontada apenas se retire.

Como muchos ya saben, y abreviando un episodio novelesco, la versión oficial sobre la sucesión de errores de comunicación se resume en que el coach del bullpen de los Cardenales Derek Lilliquist no supo entender las instrucciones de La Russa durante un fatídico octavo inning del lunes en la noche. No fue sólo una vez, sino dos.

El resultado fue que el relevista zurdo Marc Rzepczynski debió quedarse en el montículo para tratar de sacar out a Mike Napoli, un toletero derecho, con un out y las bases llenas.

Pasó lo que tenía que pasar con semejante mano a mano. Napoli conectó un doble que produjo las dos carreras que adelantaron 4-2 a los Rangers.

También se atribuyó la culpa al ensordecedor ruido de los fanáticos que Lilliquist entendiera mal el pedido de La Russa de poner a calentar a Jason Motte, el pitcher derecho que hubiese sido la alternativa ideal para enfrentar a Napoli. El colmo de la comedia bufa fue que Lilliquist creyó haber escuchado el nombre de Lance Lynn, un relevista a quien previo al juego le dijeron que no iba a ser usado.

Al día siguiente, de vuelta en San Luis, La Russa trató de apaciguar la tormenta al asumir toda la responsabilidad por el fallo de comunicaciones que dejó a su equipo con la soga al cuello en el clásico, abajo 3-2.

"Lo de los teléfonos es algo que se puede prevenir", dijo La Russa. "Fue culpa mía el no haber manejado el asunto y haberme cerciorado. Lo único que debí haber hecho era haber llamar otra vez para asegurarme".

"Quizás fue que susurré mis palabras, lo que sea. Pero alguien tiene que ser responsable cuando se dan estos problemas de comunicación, y ese soy yo", añadió. "Derek no hizo nada malo y eso se lo he reiterado diez veces".

Pero no fue lo único extraño cometido por La Russa en el transcurso del juego.

—Allen Craig fue sorprendido durante el séptimo inning en un intento de robo en la intermedia, cuando había un out y Albert Pujols al bate. Texas le dio después la base intencional a Pujols. La Russa explicó que todo se debió a una confusión con las señas.

—La orden a Octavio Dotel de darle el boleto intencional a Nelson Cruz en el octavo para poner dos hombres en circulación y atraer el peligro de un Napoli que lleva nueve impulsadas en la serie. "Eso no lo entendí. Yo quería lanzarle a Cruz. Pero yo no soy el manager", dijo Dotel.

—Y finalmente en el noveno otra jugada de bateo y corrido con Craig en la inicial y Pujols al bate. Sin outs. Con la cuenta completa, el hombre que dos noches antes dio tres jonrones en un mismo juego, se ponchó abanicándole y Napoli fusiló a Craig por segunda vez.

La Russa goza de una fama por su fascinación de hacer constantes cambios con sus relevistas, además de probar diversas fórmulas para sacar de ritmo al contrario. Es como si estuviera disfrutando una partida de ajedrez. Pero parece ser que La Russa aún no llega al grado de gran maestro.
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