Falta poco para que se acabe el año y se supone que ya hemos aceptado que nuestros hijos no son tan inteligentes como creíamos, y las resoluciones ya han sido expuestas en capilla ardiente. Otro año más en
este libreto repetido llamado Puerto Rico. He estado pensando bastante en que es increíble que ya muriendo el 2012, con una tecnología que acorta el 100 x 35 y convierte este islote en una High School, aún sigamos escondiendo lo que realmente somos: seguimos siendo unos acomplejaos.
A estas alturas del juego, con una historia más brava que los finales de The Lord of the Ring, los puertorriqueños tratamos a toda costa de esconder cualquier rasgo que no sea considerado caucásico por el Censo, y ser mulato es peor que pararte frente a una congregación de fanáticos de Yolandita y gritar que tu canción favorita de la cantante es “La prohibida”.
Yo pasé bastantes malos ratos con esto de ser mulato. Por alguna extraña razón, tengo un apellido bastante excéntrico, y cuando lo mencionan en algún lugar público, todo el mundo se queda esperando que salga este único galán rubio engabanado montado en un unicornio. Se pueden ver las miradas de desprecio cuando asomo mi única cara que chotea que mis antepasados eran samuráis del machete en los cañaverales, vecinos de Mambrú y que el apellido es solo el regalo de algún hacendado con dos onzas de penita.
En mis años de infancia, y gracias a mi inmensa nariz africana, me ponían a estornudar y a dar la vuelta en 360 de La Mujer Maravilla, para hacer en el salón de clases un simulacro de huracán. A eso se le añadía mi sambera, lo que me hacía tener “la combi completa” del burlón de Dios. ¿Qué hice? Luego de cientos de oraciones a todas las divinidades pidiéndole ser como el Tío Jesse del programa Full House, sin más remedio tuve que mirarme al espejo y aceptarme como soy. Con el tiempo descubrí que era de un sitio místico llamado Ponce y así pude realzar mi orgullo en todas las de la ley, porque aquí no hay espacio para ser un boquiabajo.
Ese es precisamente el problema del boricua: no se mira al espejo, Prefieren escapar de la realidad. Toda esa crisis de identidad se une a los eufemismos boricuas, y con todo esto de las redes sociales, nos lleva a niveles épicos de falsedad.
Quiero recordarles que un eufemismo es buscar un sinónimo que no suene ofensivo. Tomemos como ejemplo a José Nogueras. Si le preguntan a cualquier persona, te dirán que él es parte de la tradición navideña boricua, pero no es así. José Nogueras es un vago y punto. Eso de trabajar dos meses y echar pipa el resto del año es cosa de holgazanes.
Los eufemismos nos afectan desde niños por la crianza de nuestros hogares, que a los más oscuritos nos dicen trigueñitos y al blanquito le dicen “cano”. Para que le digan “cano” a uno, lo menos que se debería ser es albino y de ojos azules, además de ser problemático y tener una guerra campal con Domingo Quiñones, pero eso de que te llamen “cano” por tener el pelo light brown es tremenda zanganería.
Todo esto se pone a prueba cuando hacen la obra de la Semana de la Puertorriqueñidad en las escuelas. La mayoría de los nenes quieren ser españoles o indios, pero africanos ni pa’ Cristo. Entonces, las mamás les pasan blower a los negritos para meterlos a la mala al corillo de los indios, y los negritos con más negación se meten como Juan por su casa al grupo de los españoles. Esto es estúpido cuando todo el mundo sabe que quien ganó la batalla étnica en Puerto Rico fueron los negros, por ser más vigorosos en ciertas partes anatómicas.
El climax del complejo tradicional llega cuando, metíos entre ceja y ceja que nuestros “bebeces” son Gerber, una amiga te presenta a su nuevo bebé y PAM… ¡es negro! Uno empieza a mirar al infante y comienza a buscar adjetivos. Sudas porque no los encuentras. Se te olvida el idioma español. Ya estas bien fastidiao pues la mamá se dio cuenta, y en ese preciso momento, ella decide decirle a la nena cuando crezca que es “trigueñita”.
Ni hablar de cuando están haciendo casting para buscar los tres Reyes Magos en la obra de la iglesia. En la audición, Gaspar y Baltasar deben lucir esplendidos con rasgos europeos, mientras que Melchor tiene que ser musculoso, pues al parecer este era el que le cargaba los motetes a los otros dos por todo el Oriente. Todos somos negros, gente. Las chicas de este país no necesitan ir a Colombia a comprarse nalgas. Agradezcan a su herencia.
El boricua que le gusta maquillarse la herencia usa mucho la palabra “cafre” para desligarse del “ellos” y agruparse en otro bando llamado “nosotros”. Los cafres fueron una de las muchas tribus africanas que trajeron a esta isla para trabajar. En estos tiempos tildan de “cafre” a alguien que hace lo que la da la gana sin preocuparse por lo que digan los demás. La gran contradicción es que ser una “bicha” es un halago para las mujeres de esta generación. Uno se queda bobo.
Ahora con todo esto del Internet, los complejos son virtuales. En una isla donde el 98% de las parejas románticas son feítas, y cuya población parece parte del elenco de la película The Hills Have Eyes, usamos las redes sociales, no solo para photoshopearnos hasta el alma y mostrarnos como “Los más bellos de la Revista People”, sino que nos inventamos una vida de embuste. Yo entro a Instagram y pienso “estos muchachitos comen elegante que se acabó”, pero no retratan cuando degustan el McCombo del día. Ya no solo nos abochornamos de cómo lucimos, sino también de lo que somos y hacemos.
Uno observa a las chicas enganchás en botes, enlipás hasta la sereta porque bebieron un laxante el día antes de ir a la playa, y metiéndole filtros que se acabó a la foto para acabar pareciendo como la parodia del intro veraniego de No Te Duermas. Incluso, la negación es tanta, que los que tienen caspa dicen que es Navidad en su chola y eso es nieve. Todos en “opulencia” y uno pensando: “ven acá, ¿en el mundo no había una recesión económica o todo es parte de mi imaginación?”. “Aparentar tiene más letras que ser”, dijo Karl Kraus…pero los boricuas no saben contar.
Toda esta mentira da asco. Gente, libérense de eso. Hay que aprender a tener pensamiento propio y evitar que los complejos -y Desiree Lowry- nos hagan un cambio de imagen y de criterio. Tenemos que redescubrirnos con nuestras fortalezas y debilidades.
Tenemos que aceptarnos como individuos: jabaos, mulatos, feos, con estrías, gritones, vulgares y a duras penas sabemos comer con cubiertos. Cuando lo hagamos sin que se nos caiga un canto y no nos ofendamos, lograremos un bien colectivo. Si como grupo estamos claros de lo que somos, conocemos y aceptamos de donde venimos, entonces podemos saber hacia donde vamos. Un hombre que se niega a si mismo es un hombre sin rumbo. Muchos hombres sin rumbo hacen religiones y clubs de carros, y se aglutinan ahí.
Falta poco para que se acabe el año, si no piensan cambiar para el próximo que se acerca, solo espero que los mayas no me fallen. (Alexis Zárraga/El Vocero)
Publicado por Joseph Caceres en 9/30/2012 06:06:00 p.m. 2 comentarios:
lunes, 1 de octubre de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario