El veredicto de condena a Joan Vila fue adoptado por unanimidad de todos los integrantes del jurado popular, que rechazaron el celador padeciese algún tipo de alteración psíquica en el momento de los hechos.
Vila confesó que, entre 2009 y 2010, asesinó a once ancianos hasta que fue descubierto, cuando a su última víctima le detectaron quemaduras en la boca que se atribuyen a la lejía o ácido que el homicida le hizo tragar.
Desde que fue detenido, en 2010, el hombre quiso presentarse ante la sociedad como alguien que actuaba por compasión.
La defensa de Vila sólo aceptó tres muertes y alegó durante el juicio que el estado de putrefacción de los cuerpos exhumados impedía confirmar el resto de casos.
Uno de los ejes del juicio fue analizar el estado psíquico del celador, ya que se trataba de determinar si Joan Vila actuó por compasión ante la fragilidad física de unos pacientes a los que asegura que apreciaba o si actuó como un asesino sin piedad.
Las once muertes entre agosto de 2009 y octubre de 2010 convirtieron a Vila en uno de los asesinos en serie más destacados de la historia reciente de España. "Moralmente, pensaba que estaba actuando correctamente, aunque legalmente no era correcto", declaración el acusado durante el juicio.
La falta de móviles económicos también fue esgrimida por la defensa del celador, cuya actitud con los enfermos fue elogiada por la mayoría de familiares de ancianos y por sus compañeros de trabajo.
El jurado, integrado por cinco hombres y cuatro mujeres, no llegó a un acuerdo ayer en la primera jornada de deliberaciones, por lo que hoy siguieron incomunicados hasta la decisión. Corresponde ahora al tribunal establecer la pena concreta a la que será sometido Joan Vila. El fiscal pidió 194 años de cárcel, mientras las acusaciones particulares reclamaron 202 años de cárcel y el letrado de la defensa veinte años de libertad vigilada por considerar que Vila sufre una alteración psíquica.
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