El libro debe su nombre a Wilfrid M. Voynich, un bibliófilo lituano que lo compró en 1912. Mide 23 x 16 centímetros y tiene 240 páginas, que combinan palabras y dibujos de una manera aparentemente anárquica.
La principal sospecha sobre su origen indica que fue escrito en el norte de Italia, pero no es más que eso, una presunción. En cambio, los análisis químicos más modernos aplicados a la tinta y el papel utilizados permiten inferir que fue escrito entre 1400 y 1438.
Uno de sus primeros portadores ilustres fue Rodolfo II de Habsburgo, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico entre 1576 y 1612. Lo compró por 600 ducados de oro creyendo que era obra del filósofo Roger Bacon, algo que nunca se pudo probar.
En los 500 años que pasaron desde su descubrimiento, tanto el Manuscrito Voynich como su lengua, el voynichés, fueron estudiados por innumerables especialistas en lingüística y criptografía de todo el mundo. Pero nadie logró descifrar absolutamente nada.
El rotundo fracaso de todos los investigadores hace pensar a los más pesimistas que se trata de un simple engaño en el que muchos invirtieron gran parte de su vida.
Pero, a diferencia de lenguas que se saben inventadas, como el élfico de El Señor de los Anillos o el klingon de Star Trek, cumple con reglas y estructuras de todas las lenguas naturales conocidas.
Además, estas reglas fueron descubiertas y enunciadas muchos siglos después, de modo que resulta impensable que alguien haya creado un idioma aplicándolas.
El manuscrito descansa en la Biblioteca Beinecke de libros raros de la Universidad de Yale.
Fuente: infobae.com
viernes, 23 de agosto de 2013
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